En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos de ¿Cómo devolverle la sensibilidad a los hombres?
La sensibilidad no es algo que se construye, la sensibilidad es algo que se pierde. Se quita en realidad o, mejor aún, nos la arrebatan. Nacemos vulnerables, conectamos con el mundo a través de nuestra sensibilidad, y aprendemos a través de ella. A medida que crecemos, sistemáticamente se nos adormece la sensibilidad con el fin de prepararnos con las herramientas (¿armas?) necesarias para afrontar el mundo hostil.
Los hombres tomamos las armas primero como forma de protección y luego como abuso de poder. Existe un forzamiento para que tomemos las armas, pero una vez que las tenemos, nos son útiles. Entonces, en nombre de protegernos de una sociedad violenta, fijamos las bases que hacen violenta a la sociedad de la cual nos queremos proteger. Pedirle a un hombre que deponga las armas es, ya sabemos, pedirle que pierda sus privilegios, pero también es pedirles que entreguen su armadura protectora. Las opciones son, terminar con la violencia, para que no sean necesarias las armas para luchar contra ella o desarrollar y promover alternativas para hacerle frente.
Queremos que la sensibilidad, la empatía y la solidaridad sean las guías para el desarrollo de nuestra sociedad pero para ello necesitamos que la población adhiera a dichas éticas. Entonces, ¿cómo conmovemos a un ser preparado para no ser conmovido? Conmover no como la manipulación de los sentimientos, o emociones que llegan pasan y se van. Sino provocar tal movimiento, que nuestra percepción de la realidad cambie y/o nos conduzca a la acción.
Los varones tenemos a mano muchas formas de cancelar una emoción. Si nos ponen ante una debilidad, hemos aprendido a rechazarla, por varios motivos, porque nos recuerda lo que no queremos ser, lo que no debemos ser, porque nos da miedo o la hemos caratulado de enemigo. La sensibilidad es desprestigiada, se la arroja al universo de lo femenino, ningún hombre que afirme su masculinidad debería asumirse sensible. Asociamos también la compasión con debilidad y la debilidad como característica a erradicar porque es por donde podríamos ser atacados y así perderíamos el poder.
Si dejamos de enseñar a los hombres a atacar la debilidad, no van a tener la necesidad de erradicarla de sus cuerpos. La debilidad se ataca sobre todo en un cuerpo que no está habilitado para tenerla. La debilidad en mujeres, niños y ancianos está habilitada, en varones adultos no, cualquier signo de debilidad será atacado, tanto por el enemigo, como por nuestros propios compañeros, que nos instruyen, acomodan y corrigen “por nuestro propio bien”. Pero ustedes dirán ¿Qué pasa con las mujeres atacadas por su debilidad? No se las ataca por su debilidad, sino que se aprovecha su debilidad para ser castigadas por su incorrección. En cambio la debilidad en un cuerpo de hombre ya es motivo para su ataque, es la incorrección en sí misma.
Devolverles la sensibilidad a los hombres es también sacarlos de sus protocolos de acción. Hay situaciones que están tipificadas y nosotros respondemos de acuerdo a lo que sabemos que un hombre tiene que hacer, no a lo que nosotros sentimos o queremos hacer. Por poner un ejemplo, si me entero que mi pareja me es infiel, los hombres sabemos cuáles son las cosas que hacen los hombres en estas situaciones, y esto funciona de guía, de manual; si quiero ser (y parecer) un buen hombre, deberé actuar como me enseñaron que se actúa en estos casos.
Pero no es que los hombres no se conmueven sino que lo hacen con otras cosas: hazañas, honores, conquistas. Nos deslumbran vidas en las cuales nos proyectamos, o anhelamos convertirnos. Ayudamos en actos heroicos aportando nuestro capital de fuerza, violencia, e insensibilidad. No ayudamos a quien sufre, sino más bien a quien lucha contra un mal mayor. Y no lo hacemos porque, primero, no sabemos cuidar, pero sobre todo porque fuimos enseñados a despreciar a quien sufre, sobre todo si es una masculinidad, pues nos agarramos de su incorrección, de su falta, de su incapacidad, para cortar cualquier sentimiento empático.
Ante la violencia insoportable podemos suplicar piedad, apelamos a la compasión, la misericordia, en los varones se siente cual autohumillación que acepta el dominio del otro poniéndonos en un lugar de sumisión. Una vez que el dominio está establecido, la violencia carece de sentido y podría cesar. Digo podría porque hay otros sentidos que juegan, como el castigo adoctrinante, o el exterminio como bien común que podrían prolongar la violencia. Pero el que violenta no siente compasión, aunque se apele a ella, más bien desprecio, pero igualmente puede detener la violencia porque se acepta el dominio establecido. Si la persona violentada es un cuerpo habilitado para la debilidad, como mujeres, niños o ancianos, la compasión puede llegar, pero solo cuando el daño ha ocurrido. Esto puede rápidamente transformarse en culpa y digo puede, porque hay mecanismos para apaciguarla. La violencia se ejerce en nombre de un sentido, si ese sentido se sostiene, la culpa podrá quedarse en niveles bajos. “A mí también me duele pero lo hago por tu bien”, o por el bien de los dos o de algo todavía mayor.
Frente a la violencia pensamos mucho en empoderarnos para resistir. Empoderarnos para contener, para desarmar, para vencer. De esto se trata la masculinidad. Aprender a resistir la violencia a la que somos sometidos con más violencia. No se llega al poder resistiendo, se llega al poder demostrando fuerza. Por ello muchas autoras feministas advierten sobre la palabra empoderar. Pero ¿qué hacemos ante la violencia que hoy nos afecta? ¿dejamos de resistir? Evidentemente no podemos hacer eso, pero entre apelar a la misericordia de quien ejerce la violencia o aprender a aguantarla, contrarrestarla y vencerla, quizá haya que empezar a pensar cómo se da licencia social a la violencia como método. ¿Como se instruye a los varones a ejercerla y normalizarla? Y ¿cómo se hace para detener este proceso desde la raíz? ¿Será devolviéndoles a los hombres su sensibilidad perdida?
Entonces, a la pregunta que da nombre a esta columna, una posible respuesta estaría en advertirá los varones sobre los mecanismos que se le quitan su sensibilidad. No está en mostrar más y más sufrimiento, porque estamos profundamente anestesiados, la compasión a la que se apela está atada de pies y manos. ¿Por qué está atada de pies y manos? ¿Cómo? Y ¿A quién le sirve? También, ¿Qué perdemos cuando perdemos nuestra sensibilidad? ¿Qué ganamos? Y por último ¿vale la pena esa transacción?
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