En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy: El Enojo Masculino
Podemos definir al enojo como una reacción instantánea del cuerpo que tiende a la protección de lo propio cuando se lo siente amenazado. Es una función de la mente necesaria para la defensa o el resguardo del cuerpo y lo que consideramos nuestro.
Según nuestra identidad social nuestro enojo va a ser promovido, o por el contrario desalentado. A las mujeres por ejemplo se le pone en conflicto con su “deber ser” de agradar a todos todo el tiempo, “queda feo una mujer enojada”. La vergüenza, la culpa son herramientas para desactivar el enojo.
El enojo es egoísta por definición, “¿no te da vergüenza ser egoísta?, ¿no te da vergüenza enojarte así delante de todos?” Muchas mujeres son aleccionadas con estas frases (por otras mujeres, sus madres por ejemplo), los varones no las reciben tanto, “ya se le pasará” es la respuesta más habitual. La culpa también va de la mano de la vergüenza y se crea un sentimiento de que mis intentos por proteger lo propio están mal, porque afectan a otras personas. Hay enojos más prioritarios que otros. La jerarquía social habilita el derecho al enojo, a la población marginal se les promueve un sentimiento de “falta de derecho” por ocupar un orden social inferior, quien soy yo para reclamar, quien soy yo para molestar con mi enojo, y aún si lo hago, ¿quien me va a dar bola?
Si estas son herramientas para desarticular el enojo, ¿cómo se lo promueve? Si cada enojo que tengo es aceptado como válido, sin cuestionamientos, ni costo alguno, el enojo es una gran herramienta que me sirve para obtener lo que quiero siempre, sin necesidad de argumentar nuestra posición, o que haya justicia, equidad o se promueva algún bien. Muchas madres culposas entran en conflicto cuando deben ponerles un límite a sus hijos, direccionan así al chico al arquetipo de niño déspota, que ante el más mínimo malestar provocan un escándalo que hay que salir a cubrir.
Esta población de niños déspotas crecerá hasta formar la población de adultos de mecha corta que utilizarán su enojo en beneficio personal y solo encontrarán resistencia frente a un par o con mayor autoridad que él. Entonces la lógica imperante será, mientras más poder y autoridad tenga, mayores podrán ser mis caprichos.
Es entendible como esta función es útil a nivel social, el enojo nos moviliza a proteger a nuestras relaciones personales cuando las sentimos amenazadas. Pero la protección es un mandato de masculinidad, entonces promover el enojo de los varones es promover su función social. Las mujeres están condicionadas para no responder ante la amenaza, solo pueden pedir piedad, ayuda, huir o esconderse, ninguna de estas cosas puede hacerse en un estado de enojo.
Cuando alguien se enoja hay que preguntarse: ¿qué está protegiendo? o también ¿qué siente amenazado?
Volvamos a uno de los conceptos de la definición: proteger LO PROPIO. Y esto puede ir desde mis propiedades, mis hijos, mis mujeres, mis amigos, mi perro, mi dinero, mi trabajo, mi ciudad, mis impuestos, etc., pero también cuestiones más abstractas como mi cosmovisión sobre las cosas, mi reputación, mi seguridad.
La reputación es una de las causas más comunes del enojo masculino, porque siempre se ve amenazada, de hecho la no respuesta a un ataque a nuestra reptación la amenaza aún más. El enojo da lugar a los medios necesarios para proteger lo propio y la violencia es la principal herramienta masculina.
El enojo no necesita entender ni racionalizar nada para activarse. El niño déspota no tiene la necesidad de pensar por que se enojó, no le hace falta para obtener lo que quiere, por eso tampoco desarrolla la capacidad de autoobservarse y entender así el origen de su enojo. Cuando uno no sabe el motivo de su enojo o se le vuelve difuso tampoco puede dirigir bien los esfuerzos para detener la causa del enojo. La ira descontrolada, sin sentido aparente, puede no arreglar nada, de hecho puede echar más leña al fuego. Entre dos egos iracundos, ganará el que se enoje más fuerte y si eso no alcanza perderá el que no aguante la violencia liberada por su oponente. El que gane la disputa verá su sentido de masculinidad florecido, sin importar el costo.
Cuando hay un ser irascible y encima con poder y autoridad como pueden ser muchos padres de familia, el enojo provoca una dinámica familiar que tiende a acomodarse al enojo paterno. Es más fácil y tiene menos costo que enfrentarse a la autoridad y al poder y sus posibles represalias. Además muchos hombres ven esto no solo como válido, sino necesario y parte de su función paterna: poner orden. No es necesaria la justicia cuando se tiene la fuerza. Un pleito entre hermanos se termina cuando el padre da tres gritos, sin importar el motivo del conflicto o si es necesario reparar, equilibrar, amigar, o buscar alguna resolución del conflicto, que solo se pospondrá dejando el ambiente caldeado. Estos hermanos así aprenden que la resolución de los conflictos será a base de fuerza y autoridad.
Entonces tenemos a una población fácilmente irritable, que no le interesa o no sabe el motivo de su enojo y para colmo le sumamos inestabilidad económica y social, sensación de inseguridad. En este escenario cualquier líder enojado va a conseguir seguidores, por pura proyección, “él está enojado como yo” o si promete mano dura como solución a todo como aprendimos de pequeños. La derecha capitaliza el enojo en épocas de crisis, y puede distorsionar su sentido, tocando en las fibras sensibles indicadas. “Quieren destruir a la familia, malgastan MIS impuestos, los extranjeros roban NUESTROS trabajos, se atienden en NUESTROS hospitales, me cortan MI derecho a la libre circulación por la ciudad”, etc. En momentos de crisis, el discurso de amor y solidaridad no calan en la sociedad. El enojo parece atender mejor la sensación de urgencia, pero el enojo como función corporal y a la vez también social, inyecta de fuerza motriz, saca del letargo. La grieta no puede dividirnos entre ellos los enojados y nosotros los que resuelven todo con ternura. Una cosa no anula a la otra. Podemos direccionar los esfuerzos en resolver los problemas sociales que nos enojan por la injusticia que suponen sin abandonar una lógica de solidaridad. En cuanto a las masculinidades, debemos mostrarles a los varones la responsabilidad del sistema patriarcal en su malestar y redireccionar su enojo y encontraremos un aliado más rápidamente que si lo acusamos a él de responsable de todo.
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