Fantasías animadas de ayer y hoy: La trava

En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos el rol de “la trava” en las fantasías masculinas

La trava, la travesti, la chica trans, es la identidad históricamente más castigada de nuestra sociedad. Ni hablar si es negra, migrante, villera o todo al mismo tiempo.
¿Qué fenómenos pueden explicar esta situación y su sostenimiento histórico que aún hoy cuesta romper? Si hasta dentro del mismo colectivo de la diversidad, otras identidades quieren despegarse, ¿por miedo? “Déjenme entrar solo a mí, que no tengo nada que ver con ellas”, exclamarán alguno “putos bien”. O las TERF que las quieren fuera del feminismo.

Podemos incluso observar que el trato hacia las mujeres trans es peor que el que recibe su supuesto equivalente: los varones trans. ¿Por qué sucede esto? Delineemos algunas ideas e interrogantes.
¿Será porque unes transicionan al lugar e imagen del sujeto privilegiado, mientras que otres al lugar de indefensión y vulnerabilidad? Una masculinidad que camina sola por la noche no corre el mismo riesgo que una feminidad. La feminidad es sujeto de invasión, de conquista en el sentido militar de la palabra, como quien conquista un territorio. Las masculinidades no son un objetivo en sí mismo para otros varones, de aquí la seguridad de no ser invadido porque sí, y nuestro privilegio de caminar solos por las calles sin miedo. Quien transiciona a una identidad, va incorporar en ese movimiento el tratamiento que la sociedad tiene para ésta. Con lo bueno y lo malo que esto supone, pero bajo una condición, “camuflarse” lo suficientemente bien, es decir, que nadie note esta transición.
En el caso de que sea evidente, la sociedad en general y los varones en particular, en su función social de corregidores y establecedores del orden, castigarán la falta, la trasgresión a ojos patriarcales de habitar una identidad distinta a la que nos asignaron al nacer. En este sentido, la incorrección trans y su consecuente condena deberían ser equivalentes tanto para travos como para travas. La diferencia del tratamiento social podría estar entonces en la facilidad para identificar la “trasgresión”.

Es más fácil parecer hombre que parecer mujer, y esto las mujeres cis deberían saberlo bien. La tecnología que se aplica a sus cuerpos desde temprana edad para que se parezcan a imaginarios de mujer cada vez más imposibles es basta, cotidiana, y siempre insuficiente. Todas las mujeres cis, si no aplican esta tecnología de género en sus cuerpos rápidamente dejarán de “parecer mujeres”. Toda mujer que, por ejemplo, deje de depilarse y permita que su cuerpo se desarrolle sin intervenirlo, correrá el riesgo de que la sociedad ataque su falta de femenidad. Con los varones no sucede lo mismo, un hombre cis puede dejar desarrollar su cuerpo sin intervenir que nadie le va a cuestionar su hombría. Por supuesto nosotros también tenemos tecnologías de género que aplicamos a nuestro cuerpo para parecer a una imagen ideal de varón, pero el deber ser de un hombre no esta tan ligado a la imagen, como sucede con las mujeres, sino a su actuar. Entonces podríamos decir que es más fácil identificar la “trasgresión de género” en las mujeres trans que en los varones trans, porque la exigencia a las feminidades de alcanzar un ideal de imagen es mayor y, en relación a esto, el escrutinio social a la imagen de sus cuerpos también. Es decir, las feminidades están siendo observadas todo el tiempo bajo una lupa social hambrienta de encontrar un error o una falta.

Esto no quiere decir que los varones trans no están en riesgo, lo están, existe el deseo patriarcal masculino de corregirlos y devolverlos al lugar que esta sociedad de control espera de ellos. Pero hay una percepción de que el odio a la trava mujer es mayor. Esto puede ser porque la travesti existe en el imaginario social desde hace más tiempo que el chico trans, y también existe hace más tiempo la construcción social del monstruo travesti. Degenerados o enfermos, hasta peligrosas y criminales, el odio social construido hacia esta identidad tiene larga data. Pero, ¿y si hay algo más que se juega en este odio que no estamos viendo?

La figura travesti puede amenazar algo muy preciado para el varón heterocis: su hombría. Las chicas trans son seductoras, calientan a muchos hombres que, por este hecho, pueden sentir en riesgo la imagen que tienen de sí mismos y la imagen que tienen para el afuera. El panorama está dividido, para algunos “comerse una trava” puede llegar a ser una diversión pasajera pero para otros te puede llevar al peor lugar que puede llegar un “hombre de bien”: convertirse en puto. Muchos hombres que asientan su superioridad moral en no ser maricones se llenan de odio al calentarse con una feminidad que después se enteran que no es cis. Pero calentarse con una feminidad siendo una masculinidad no te hace homosexual, te hace heterosexual, porque justamente lo homo habla de lo mismo y lo hétero de la diferencia.
Acá hay figuras identitarias que no se están creando, aunque existan. Hay varones cis que su figura de deseo es exclusivamente la chica trans, pero que no son gays, no les gustan las masculinidades, ni tampoco las mujeres cis. Para esto el colectivo LGBTIQ+ no tiene letra, no tiene nombre. Estas personas no tienen tipo identificatorio y terminan yendo al lugar conocido, más cercano y más cómodo: varón heterocis, pero esta identidad es conflictiva ya que muchos de ellos niegan la posibilidad de que esta identidad conlleve el deseo al cuerpo trans. Entonces hay dos luchas que pueden librar estas personas, trabajar para que no importe la cuestión genital en la definición de la identidad masculina, camino difícil si los hay e incluso problemático, ya que la genitalidad sí condiciona al deseo, o salir de su propio closet como una identidad diversa más, con las dificultades que esto conlleva al separarse y salir de la identidad privilegiada.
En esta carrera militante fuera del closet, estos varones deberán también animarse al amor trava. La masculinidad admite excesos, calenturas, y si es en torno a lo sexual, incluso puede asentarse en el mandato de ser un gran semental que “le da a todo” y “no le hace asco a nada”. Pero cuando de amor se trata el cuerpo trans vuelve a estar prohibido. Imaginarse una vida en pareja con una chica trans está cargado de represión social y represión social asimilada, interiorizada. Son la culpa, la vergüenza y el miedo que sienten estos varones por su deseo, estos sentimientos provocados por el manejo social represivo, violento y crítico en manos de nuestra comunidad, amigos y familia que prometen tácitamente la exclusión o el exilio de los lugares de pertenencia entre otras formas de violencia.
Por ello estos varones deseantes de cuerpos prohibidos deberán asumir estos deseos, mostrarse y militarse la propia libertad, la comunidad diversa está ansiosa de incorporarlos a la lucha colectiva, pero el primer paso es de ellos.

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