FÚTBOL, FÚTBOL, FÚTBOL

En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos del fútbol.

El Fútbol no es solo fútbol, eso lo sabemos. Alrededor del deporte más relevante para el pueblo argentino, orbitan y se construyen rituales sociales que alimentan este universo cultural. El último mundial ha dejado escenas en la memoria popular que difícilmente se borren con el paso del tiempo. El fútbol, como pocas cosas de nuestra cultura, provoca pasiones, euforias, llantos y alegrías inmensas como también frustraciones inconsolables.


Para el hombre este deporte es un gran canalizador de sentimientos, el fútbol es un salvoconducto que nos permite sacar hacia afuera emociones que en otros ámbitos tenemos muy reprimidas. “los hombres no lloran (hasta que su equipo pierde la final de la copa)”. Para hacerlo más gráfico aún: vas a recibir un “no llores maricón” en todos lados, salvo que estés llorando por tu equipo de fútbol. Quizá sea ésta una de las claves importantes de su importancia social. Las tribunas, incluso más que la cancha en sí, son un ámbito de desinhibición de los varones. Vamos a la cancha a largar todo lo que tenemos acumulado, los problemas, las frustraciones, las angustias, pueden olvidarse por noventa minutos una vez a la semana. Una victoria puede prolongar un poco más la alegría y, si perdemos, podemos vomitar cualquier odio visceral acumulado al equipo rival, al árbitro, a nuestro propio equipo o hasta la tribuna de al lado. Esto no solo está habilitado, sino que forma parte de este universo cultural construido. Los varones van a la cancha a sentir, porque en el resto del mundo está reprimido.


Otra característica clave de este universo es la construcción de un enemigo. El rival no es solo rival, sino el depositario de estrategias de humillación y denigración. Queremos vencer al oponente pero la derrota no queda solo ahí, es acompañada con humillación. Acá se desarrolla un juego paralelo al oficial: nos divierte, si ganamos, boludear al contrincante. Pero del lado de los que pierden, los hombres no están educados en el manejo de la frustración y mucho menos en aceptar humillaciones. Existen identidades educadas para agachar la cabeza ante las hostilidades: Las mujeres, los gays y los pobres, de acuerdo a contextos particulares. Pero el hombre hegemónico no debe aceptar denigraciones en ningún escenario, mucho menos cuando de fútbol se trata, está programado para devolver el golpe. De hecho es en el fútbol que aprendemos como reafirmar nuestro valor. Aprendemos cómo nuestro valor individual está atado al valor de grupo, cómo debemos actuar en la producción de este valor y enfrentar a cualquiera que quiera arrebatarlo. Es la primer y más grande lucha por ver quien la tiene más grande y se produce a nivel grupal.
El discurso constante que recibimos es el de yo valgo porque soy hombre, yo valgo como hombre porque soy masculino, yo valgo porque soy mejor que otro, porque puedo más, y tengo que constantemente demostrarlo. Demostrar masculinidad actúa como una droga que nos produce goce narcisista por un lado y nos alivia la falta del sentido de valor por el otro. El sistema capitalista es una maquinaria que constantemente nos tira el sentido de nuestro valor personal hacia abajo mientras que por otro lado nos ofrece las recetas para recuperarlo. El fútbol es la principal receta para el hombre. De la misma manera, es usual ver a algunas mujeres cuando se sienten mal o infravaloradas ir de compras o a la peluquería, en un intento de aumentar su belleza asociada a su valor identitario como feminidad.
El fútbol así es el bastión de la identidad masculina por excelencia, por eso es tal la resistencia de que se feminice. Veamos un poco las lógicas patriarcales que se juegan: Por un lado, que las mujeres entren en un futbol masculinizado, masculiniza a las mujeres y eso deserotiza a los hombres. Por otro, la entrada de mujeres y disidencias al fútbol, lo desmasculiniza y por ende se perderá ese valor de la identidad masculina asociada al universo futbolero.


En nuestro enfrentamiento con el rival, como decíamos, se produce paralelamente un juego de humillación del adversario, un intento de desligitimarlo, quitarle su valor para quedárnoslo nosotros o para elevar el nuestro por comparación. Las principales estrategias y recursos para hacerlo en el fútbol es reproducir discursos que desmasculinizan al adversario. Tratar de nena, puto, o maricón al rival es un intento de feminizarlo y que con ello haya un sentido de pérdida de valor, de pérdida de masculinidad. El texto que subyace siempre es que perdieron por no ser lo suficientemente hombres, fueron putos o cagones o se comportaron como nenas, por eso no ganaron.
De todos los ámbitos donde está avanzando el movimiento LGBTIQ+, el fútbol es el único donde todavía es imposible encontrar referentes. Este deporte está plagado de varones gays, ¿por qué es imposible su visibilización aun hoy y con los avances que se han producido? Porque la importancia del fútbol reside en lo que produce a nivel identitario. Si todavía la palabra puto sirve como estrategia de denigración del oponente, ¿cómo vamos a aceptar en nuestras filas a un puto asumido? ¿Cómo le vamos a dejar servido al rival el arma con la que nos atacará?
Ver a feminidades y disidencias rompiéndola en el fútbol comenzaría por horadar está creencia popular de que las mujeres y los putos no sirven para el fútbol. Pero hay una maquinaria no solo cultural, sino estatal encargada de que esto no suceda. Las mujeres cis históricamente fueron excluidas de la educación en este deporte. Las pocas que se animaban eran rotuladas como machonas, poco femeninas. Que no se televise o se produzca una espectacularización del futbol femenino impide una construcción en las infancias del deseo de ser como ellas. Asimismo, la falta de referentes culturales impide que niñas lo vean como posibilidad. Ni hablar del discurso masculino de tildar al futbol femenino como aburrido, sin destreza, etc. que desgana cualquier intento o destruye incipientes deseos.
Con respecto a los varones gays, el fútbol se vuelve un lugar hostil desde el inicio. Hay un discurso constante de que si sos hombre y no te gusta el fútbol sos puto, por eso, como ser percibido como gay es el mayor terror de los hombres (heterocis) por la hostilidad social que podrían recibir, el intento de desmarcarse de esa identidad hace que todos los varones vayan a jugar al fútbol, les guste o no.
Para los varones gays jugar al fútbol puede convertirse en una fachada o escudo protector de hostilidades, pero que los pone en el centro de las hostilidades, sin recibirlas directamente. El discurso antiputo dentro del futbol es tan fuerte que los varones gays terminan desertando o anulando su identidad, escondiéndola e internalizando el discurso homofóbico. En un ambiente así de hostil, el gay vive en tensión, doblando esfuerzos para compensar su “falta”. Esta realidad pone en una disyuntiva identitaria a los amantes del fútbol: o me permito vivir libremente mi sexualidad o hago lo que más amo en el mundo que es jugar al fútbol, en un ambiente tan hostil, es muy difícil no anular alguna de las dos. Alejarse del fútbol por pura preservación, tiende a desterrar a los varones gays de su círculo de amigos.
En el fútbol se forma una identidad de grupo donde todos sus miembros deben actuar para honrar su valor. En un grupo “valioso” todos sus miembros se alimentan de este valor. Cualquier elemento que lo disminuya será visto como un ataque que deberá ser respondido con violencia, como veíamos con los intentos de los oponentes de humillar. A nivel interno, el grupo tiende a expulsar lo que resta valor, cual cuerpo vivo trata a un virus o bacteria. Las feminidades y los varones gays entran en esta categoría, pero también lo hacen quienes quedan por fuera de cierta capacidad de juego. Esta tendencia al capacitismo asocia la falta de habilidad como falta de masculinidad y por ende también falta de valor social.
Y por supuesto no podemos hablar de valor social de grupo si no hablamos de clasismo y racismo. En orden de atacar el valor de grupo de los contrincantes se los acusa de negros, villeros, bolivianos, paraguayos, etc. Para graficarlo sin lugar a dudas, uno de los cantos populares de los “millonarios” de nuñez dice “que feo ser bostero boliguayo, en una villa tenés que vivir, tu hermana revolea la cartera, tu vieja chupa p#ja por ahí…”. En un intento de denigrar aún más al oponente, se desligitima también a sus mujeres, nada más y nada menos que con la sexualidad de éstas.

El fútbol no es solo fútbol, orbitan casi todas las dinámicas patriarcales y es por esto que se convierte en un gran formador, el principal a nivel cultural y que nos moviliza a todas las edades. Por eso es tan importante despatriarcalizar estas dinámicas asociadas.

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