En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy: Omnipotencia
Para el cristianismo Dios crea al hombre y lo hace a su imagen y semejanza, pero los no religiosos vemos en este hecho el sentido opuesto: el hombre inventa a Dios y lo hace a su imagen y semejanza, y cuál es la característica más importante del Dios cristiano: es todopoderoso. Así como las mujeres tienen en María su referente por excelencia, buena, obediente, servicial, sumisa y virgen, los hombres nos autoconstruimos un destino utópico: la omnipotencia.
Jugar a ser dios, poder con todo y contra todos, poder con todas, abarcar lo más que pueda, conquistar todo lo que pueda ser conquistado, más que el resto, tener la capacidad de tener, comprar y consumir todo lo que se desea y lo que no también, tener tanto que podamos compartir con nuestra familia y nuestro séquito, etc. Idolatramos tanto el poder que no solo construimos dioses, sino héroes y superhéroes todopoderosos y enaltecemos las figuras que pueden más que el resto y la elevamos a la categoría de ídolos. Para los hombres no son solo figuras admirables sino modelos a seguir.
Recordemos que los hombres debemos demostrar y reafirmar nuestra masculinidad todo el tiempo y el poder es un mandato muy presente. Un varón que no pueda con algo verá afectado su sentido de masculinidad, su valor social, y eso lo llevara a un impulso mayor que le permita poder y demostrar su valor o lo sumergirá en una crisis de masculinidad. Los varones no tenemos recursos emocionales para gestionar estas crisis, no se nos inculca ninguna herramienta de gestión de la frustración. Al contrario, los medios que encontramos para reforzar esa imagen de masculinidad que se resquebraja es potenciar otros mandatos de masculinidad. Nos volvemos hostiles y dominantes sobre las cosas que todavía podemos ejercer ese dominio y control, donde no hemos perdido todavía el poder. No es casual que en momentos de crisis económica los casos de violencia de género aumenten. Si el sentido de masculinidad adquirido como macho proveedor se ve disminuido, la estrategia patriarcal, lejos de aceptar la realidad sin más, es entrar en un proceso de “recuperación de la masculinidad perdida”.
NO HAY FORMA MÁS FACIL PARA MANIPULAR A UN HOMBRE QUE A TRAVÉS DE SU SENTIDO DE MASCULINIDAD
Demostrar poder de consumo consumiendo mueve la rueda capitalista. También lo hace demostrar las diferentes capacidades de producción, yo valgo por lo que soy capaz de producir y al hacerlo se eleva mi sentido de valor social. Esto no es necesariamente malo, pero existe un gran número de personas adictas al trabajo que al desconectar de este, entran en crisis existencial. El sentido de competencia capitalista que hace que “mejoremos” para demostrar que somos mejores que el de al lado termina también con cuerpos rotos, gastados, cansados y enfermos. Es realmente útil para los empresarios que los trabajadores compitan entre sí para demostrar quién puede hacer más, mejor y más rápido.
Demostrar que mi cuerpo puede. Levantar pesos imposibles y realizar proezas al borde de la muerte es uno de los aspectos típicos para la demostración de valor masculino, pero por otro lado también lleva a otro aspecto: La negación de la vulnerabilidad corporal. Los varones rehuimos de ir al médico, no solemos realizar prácticas de autocuidado ni utilizar elementos o realizar prácticas de seguridad. Un cuerpo enfermo es un cuerpo frágil, y los hombres prefieren aguantar el dolor a demostrar vulnerabilidad. De hecho saber aguantar el dolor es otro mandato de masculinidad asociado. Esto trae muchos problemas de salud para la población masculina, que solo acude al médico en casos graves o avanzados.
Acudir a un psicólogo corre la misma suerte, o al psiquiatra. Asumir que no podemos solos o pedir ayuda es un acto a evitar para cualquier varón, que se encuentra en un problema de raíz: somos seres sociales, NADIE PUEDE SOLO. Por eso todo esfuerzo está destinado al fracaso, y cuando esto suceda, sentirá que sólo es culpa suya, porque ha aprendido a responsabilizar a sus pares por sus respectivos fracasos. Les falta hombría, dirá.
Somos malos en la derrota, las competencias tienen como resultado una mayoría que “no pudo”, provocadas además por nuestros rivales, que más que rivales tratamos como enemigos. Bajo esta línea de pensamiento, son nuestros enemigos quienes públicamente demuestran nuestra falta de poder, y por ende, de valor y de masculinidad. Recuperar la hombría en crisis será traducido en enfrentamientos violentos con el adversario o salir a romper lo que se encuentre a mano.
Con respecto a la vejez, a diferencia de otras culturas donde está valorada por su sabiduría y conocimiento, en este mundo occidental la vejez está estigmatizada por dos caminos diferentes dependiendo la construcción en género. Para las mujeres simboliza la pérdida de belleza y para los hombres la pérdida de fuerza y capacidad. Ambos géneros temen a la vejez porque representan la batalla a perder de sus respectivos mandatos.
La omnipotencia también abarca el saber absolutamente todo y no dudar en la toma de decisiones. La duda es para el hombre falta de decisión, de confianza en sí mismo, de liderazgo. Por eso no se puede dudar, es por ello que nos hacemos de discursos sociales prearmados sin ningún juicio sobre los mismo. No hay cuestionamiento y esto es muy útil a un mandato patriarcal: responder a la jerarquía. Y cuando nos hacen entrar en conflicto con estas verdades máximas incuestionables hay problemas, no solo cuestionan nuestro saber sino la institución en la que nos basamos, ya sea religión, ley o familia. Se protege al saber como se protege a una cosa o a una persona, no con argumentos, sino con violencia. El saber se impone, no se construye, ni se debate, ni se acuerda. El derecho al discurso lo da la jerarquía, por eso los hombres prestan más atención a lo que dicen otros hombres y siempre a quienes están más arriba en el rango.
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