En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos de la ética masculina
“Entre hombres estas cosas se arreglan de otra forma”. Existe una moral para la sociedad entera y una moral masculina que se aplica solo entre hombres y no siempre están en consonancia. Muchas veces estas normas entran en contradicción y los varones debemos inclinarnos por la masculina a riesgo de que caiga sobre nosotros un castigo patriarcal.
¿Cómo se nos condiciona a elegir entre una y la otra? El castigo sobre los varones que no cumplan la moral masculina a veces es más fuerte, pero sobre todo está siempre más presente. Es decir, siempre nos va a llegar primero el castigo de nuestros amigos que el de la institución (si es que llega). Y siempre van en el orden de la expulsión de la cofradía, la humillación, la violencia o la degradación. Está más presente porque todos somos a la vez fiscales, jueces y verdugos. Por eso cuando salen en grupo o en manada a golpear o a violar, el miedo a la condena social y jurídica, pierde con el miedo al castigo del propio grupo de pertenencia. Pierde porque es lejano, no está tan latente. Y pierde porque la ganancia, también está más presente. Se gana pertenencia, prestigio u honor, inmunidad o protección y aumento del estatus masculino dentro del grupo. Justamente son los opuestos del castigo por desobedecer la moral masculina. La condena se elige también por la jerarquía o autoridad de los jueces/verdugos, es decir, si me encuentro en una encrucijada donde hago una cosa y me condena una parte y no la hago y me condena la otra parte, me inclinaré por recibir solo el castigo de la parte con menos autoridad. Para decirlo más claramente, entre decepcionar a mamá o a papá, los varones elegiremos la decepción materna y cuidar el vínculo con lo que consideramos la autoridad. Confiamos también en la protección de nuestra figura de autoridad, porque sabemos que tiene la fuerza (el patriarcado el otorga autoridad al que tiene la fuerza). Esta forma de resolver dilemas morales, lejos están de desarrollar una ética propia. Se decide por conveniencia (que a veces es supervivencia) porque hay premios y castigos que inclinan la balanza. Se establecen fidelidades y alianzas primero por género, y después por todo lo demás, esto es parte crucial de la ética masculinista y lo que sostiene a la cofradía masculina como corporación.
La moral masculina hace que la fidelidad con el clan prevalezca ante otras moralidades sociales. No buchonear al amigo que se “mandó una”, por ejemplo. Nuestro deber cívico de denuncia ante el incumplimento de la ley es amordazado por la ética de fidelidad, aún a riesgo de resultar cómplices. Nuestro miedo a perder la pertenencia, o nuestro sentido de deber moral para con el compañero nos puede arrojar a cometer un delito.
El no ser buchón es funcional al abuso. El no ser buchón invita a no meterse en asuntos que no son nuestros. “si, ya sé que se la mandó, pero yo no soy ningún buchón”. La ética social de denunciar un hecho delictivo pierde contra la ética masculina de no ser un alcahuete. Denunciar un abuso nos hace sentir menos hombres. Entonces, parece que primero somos hombres y después ciudadanos. Pero este honor que creemos tener por no caer en el alcahuetismo, en realidad es miedo. El buchón es castigado por la cofradía. No denunciar en realidad nos evita las consecuencias de realizar esta denuncia. El “algo habrá hecho” es una frase que nos salva de nuestro deber cívico de denunciar los abusos de autoridad y acompaña para tranquilizar cualquier molestia de la conciencia el goce narcisista del honor masculino por no ser un buchón.
El discurso de Milei es un discurso moral, de una nueva moralidad, por eso dice que la justicia social es una aberración, que los impuestos son violentos, o que el Estado corta las libertades de sus ciudadanos.
El Candidato a presidente intenta romper con la ética de la solidaridad que todavía es mayoritaria. Propone que ayudar al prójimo es violento contra el que se esfuerza todos los días para conseguir el mango, y el perverso Estado se lo quita para hacer asistencia social. Una asistencia social que produce vagos que hacen que el país se estanque. Y son estos vagos los que les permiten perpetuarse en el poder a los corruptos que manejan al Estado. Así, la ética de la solidaridad está siendo atacada en nombre de la libertad individual, de la economía y de la lucha contra la corrupción.
La vida es para quien se la gane, o mejor dicho, para quien la pueda pagar. La moralidad más subyacente en toda el discurso mileista se relaciona con la ley de la selva y la supervivencia del más fuerte, por eso la estética del león, rey de la selva. La moral siempre intenta hacer pie en cuestiones universales, biológicas o religiosas, dicen “en la naturaleza funciona así, para qué plantear una lógica diferente”. Yuval Noah Harari, historiador Israelí, plantea que no es la fuerza la que llevó a la humanidad a ser la especie dominante de la tierra, hay especies más fuertes, tampoco fue su inteligencia, hay especies de inteligencia similar, es la capacidad de organización a gran escala la que permitió este desarrollo. Y continúa diciendo que es la capacidad de crear, contar, creer y compartir historias lo que hace posible dicha organización. Entonces, la ley del más fuerte no permite desarrollo sino sometimiento y abuso de poder. Como tengo poder tengo el derecho de abusar de él. El foco ético se corre como con la solidaridad: No es abuso de poder, es libertad.
Y así con todo:
No es derecho a la información, es adoctrinamiento.
No es condenar al fascismo, es censurar al que piensa distinto.
El poder comunicativo de estas expresiones reside en la indignación que, como el odio, se reproduce viralmente, pero está siendo usada como el acto de un buen mago, dirige la mirada fuera de la verdadera realidad del truco. Todos nos podemos indignar con la falta de libertad, el adoctrinamiento, la censura, trabajar y no llegar a fin de mes, etc. pero mientras pone el foco en estos temas, introduce la motosierra que hará desaparecer derechos laborales y civiles y provocará una vuelta hacia la violencia como procedimiento moral de corrección de un país.
Volviendo a la lógica planteada por Harari, el poder no está en la fuerza, sino en el discurso y su capacidad para organizarnos. Volvamos a crear historias de mundos utópicos para compartirlos, creerlos y así hacerlos posibles.
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