En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy: La tristeza
Los hombres tenemos en general las emociones reprimidas, excepto las que van en línea con nuestros mandatos de masculinidad. El enojo protector por ejemplo, pero las expresiones del cuerpo emocional en general no están habilitadas. Un buen hombre debe dominar, como debe dominar tantas otras cosas, las emociones de su cuerpo. Este dominio no es más que represión, lejos de ser poder habitar las emociones, sentirlas, ponerles nombre, entender de donde vienen, qué sentido tienen o cómo puedo atenderlas, la respuesta común es negarlas, esconderlas. Los hombres vemos atacada nuestra vulnerabilidad sistemáticamente, y expresar una emoción tan estigmatizada como la tristeza es como poner la cabeza en la guillotina.
Nunca estuvo tan presente (y para todes por igual) el mandato de felicidad. La tristeza es vista como un lugar de fracaso que no se puede mostrar. Para los hombres que todo el tiempo tienen que demostrar que pueden con todo para reafirmar así su masculinidad, la tristeza es algo que no debe sentirse y, si aparece, debe ocultarse a toda costa.
Los nenes no lloran es la expresión por excelencia que describe esta diferencia en la educación por género. La insensibilidad es un mandato de masculinidad, y está incluye la insensibilidad emocional. Aun así, hay emociones y emociones, nos da “vergüenza ajena” un hombre que no puede controlar su tristeza pero entendemos sus ataques de ira.
Como veíamos la semana pasada, las mujeres deben sentir vergüenza si se enojan, los hombres deben sentirla, si demuestran tristeza. Este es el mecanismo social que nos condiciona a través de las emociones el actuar, nos reprime por un lado y nos habilita por el otro. ¿Por qué deberíamos sentir vergüenza por expresar una emoción del cuerpo totalmente natural y que además, la otra mitad de la población tiene habilitada?
La tristeza es un problema porque tiende a poner al cuerpo en reposo, un hombre que deja que la tristeza lo habite es un hombre improductivo y esto atenta contra el mandato de productividad. Uno debe tragarse las lágrimas y seguir trabajando o haciendo lo que debe hacer, como “buen hombre”.
La tristeza tampoco va a la guerra. Por ello, los hombres tristes son un “problema”, pero lejos de trabajar para mejorar la situación, la respuesta patriarcal es callate y aguantátela.
Los problemas que no pueden ser expresados a través de la tristeza encontrarán otros medios para hacerse presentes. ¿En qué deviene una tristeza que no puede ser expresada? ¿En qué otros formatos habilitados de expresión se transforman? La tristeza comúnmente toma forma de frustración y con ella el enojo, y un poco más allá llegamos a la violencia.
La desaceleración que la tristeza provoca en el cuerpo permite la reflexión, la búsqueda de causas y motivos, de respuestas, de soluciones, si las hay. Responder con una ira descontrolada a un problema cotidiano (o estructural) de nuestra vida imposibilitará esta reflexión y dejará todo como esta. La prohibición de la tristeza enmudece a los varones, y les quita una herramienta de autoconocimiento.
Si uno no oye su tristeza cómo va a poder oír la tristeza ajena. No podemos empatizar, ponernos en el lugar del otro y si vemos un problema social no nos hará sentir nada al respecto. Aun peor, si yo aprendí a autoreprimir la tristeza, cómo voy a permitir y aceptar que vos no te la reprimas. Socializamos la represión entre nosotros como si fuese una cuestión de justicia o equilibrio. En vez de soltar la represión obligamos al resto a que acaten el orden social. Podemos ir en contra de un individuo aislado pero no todo un sistema sostenido por nuestras figuras de autoridad. De hecho así nos convertimos nosotros en figuras de autoridad, indicando al resto qué puede y qué no.
Los varones no sabemos gestionar la tristeza propia, mucho menos podremos con la ajena. ¿Quién te hizo sufrir? ¿A quien hay que cagar a palos? Nosotros podemos hacer que cese algún acontecimiento, proteger o atacar, pero si la tristeza proviene de un lugar más abstracto o no se puede hacer nada al respecto no tenemos herramientas para afrontarla. Pregúntale a tu mamá, que ella es mejor que yo en estas cosas. Las mujeres pueden compartir y socializar sus tristezas, hablan entre ellas de lo que les pasa, y no tienen vergüenza de llorar. Socializar una tristeza es buscar la mejor forma de sobrellevarla en comunidad, o producir y desarrollar inteligencias comunitarias que las resuelvan.
Existen rituales para la socialización de la tristeza, son los funerales. Protocolos de canalización de la angustia, que en comunidad llevamos mejor. No existe otro ritual como éste y quizás podríamos preguntarnos por qué. Hay más protocolos y rituales de felicidad que de tristeza, todos sabemos qué hacer si nuestro equipo de fútbol gana la copa, nadie sabe qué hacer cuando se pierde y claro, termina en violencia. ¿Se imaginan desarrollar rituales para la canalización de la tristeza cuando la contingencia nos golpea y no sabemos qué hacer?
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