En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos del #arquetipo de #héroe y como está presente en las producciones culturales que consumimos y que nos forman.
Los cuentos e historias con las que crecemos forman y moldean nuestros deseos y comportamientos. Históricamente se han construido los arquetipos de femineidad y masculinidad en películas, series y novelas. Si tomamos como ejemplo las princesas de Disney, ellas siempre han sido bellas, buenas, débiles, sufrientes, sumisas y obedientes, estas características definen a “la buena mujer” y hacen que el público se encariñe con ellas y que las niñas se identifiquen. Pero no solo eso, estas características son recompensadas con la aparición de “el príncipe azul”, un ser perfecto con el que vivirán felices para siempre. Entonces, a las mujeres se les construye el deseo: un amor perfecto y eterno, un héroe protector; y se les establecen las condiciones necesarias para su aparición: Ser bellas, buenas, obedientes, sumisas, débiles y sufrientes.
El gran problema es que se hace desear a la mitad de la población con un ser y una condición utópica que, cuando no se consigue, la responsabilidad cae en ellas por no ser lo suficientemente bellas, buenas, obedientes, sumisas, débiles y sufrientes. Además, como con las películas, el público no se encariñará con ellas, ni las niñas se identificarán o tomarán como modelos a seguir.
¿Qué pasa con los arquetipos masculinos en las historias que consumimos? Si las mujeres están condicionadas para parecerse a la figura de princesa, los hombres estamos condicionados por la figura del héroe: valiente, fuerte, de causa noble que, a diferencia de las mujeres, puede (y debe) operar sobre su destino y sobre el destino de sus mujeres o de una comunidad. Él puede donde otros han fallado, gracias a su fuerza y capacidad. A diferencia de la recompensa final de las mujeres, que es la del amor para toda la vida con su príncipe azul, la recompensa principal de los varones en estas historias es la de la valoración social que, secundariamente, traerá consigo también a la “mejor mujer” que obviamente tiene las características de la “buena mujer” princesa de Disney.
Pero este arquetipo masculino se desdobla y funciona diferente en las historias destinadas a ser consumidas por un público femenino que en las historias destinadas a ser consumidas por un público masculino. Los niños la entienden fácil, si la protagonista es mujer, es una película para mujeres, si el protagonista es varón, es una película para todo el mundo. Las películas masculinizadas infantiles (y para adultos también), han girado históricamente (y lo hacen cada vez más), en torno a la figura, no ya del héroe común, sino la del superhéroe. El héroe tradicional es el que comete eventualmente un acto heroico, emprende un camino o aventura transformadora de sí y de su entorno para volver a una vida “normal”. El superhéroe es un héroe sistemático, su función social de rescatar y proteger nunca se termina, siempre se renueva y siempre tiene que estar al servicio de un bien común por sobre su propia vida. Él no encuentra rescatando a la princesa, su amor eterno y se asienta en una vida tradicional. Él rescata sistemáticamente damiselas en apuros y no se queda con ninguna. Está para cosas “más importantes” que formar una familia.
¿Cómo nos construye subjetividad y deseo este arquetipo? ¿Hacia dónde nos direcciona?
Este desdoblamiento del arquetipo del héroe, que es uno para el público femenino, príncipe azul, padre de familia, y el héroe para el público masculino, valorado socialmente para la mirada de sus pares, los varones lo tenemos incorporado y podemos ser esos dos de acuerdo a la circunstancias en las que nos encontremos. Nuestra identidad se bifurca y funciona como príncipe azul cuando queremos seducir mujeres y se transforma en Batman cuando queremos seducir (no románticamente) a varones. Esta doble identidad se pone en juego cuando ambos públicos se encuentran en un mismo ámbito, el príncipe azul puede ser un “pollerudo” para los ojos equivocados. “cuando está con los amigos se vuelve un pelotudo” dirán muchas novias y esposas. Decidir qué identidad habitar en estos espacios ambiguos puede revelar a quien un hombre respeta más, o a quien le tiene más miedo.
El superhéroe es una fuerza parapolicial que, por fuera del sistema estatal, lucha contra los mismos crímenes que debería luchar la policía que, por corrupta, ineficiente o incapaz, no logra erradicar. Como está por fuera del Estado y de las leyes, no responde a nadie más que a sí mismo y a sus propios valores. El superhéroe es un ser moralista encargado de corregir lo que él considera que está mal. Como su identidad está dada por esta función correctora buscará siempre a alguien que es o hace algo incorrecto para ir a corregirle. ¿Cómo se traduce esto en la construcción de la identidad masculina? Como tenemos la fuerza, tenemos el deber para corregir a la gente cuando hacen algo que nosotros por criterio propio creemos que está mal.
Cuando los valores del superhéroe se tuercen o no se alinean con los intereses comunes de una sociedad o se vuelven muy egoístas, éste se convierte en un supervillano. La diferencia no está en el poder, sino en la moral. Si observamos que siempre hay más villanos que superhéroes podemos hacer un maravilloso e inquietante paralelo con nuestra realidad cotidiana. Se construyen seres poderosos que mayoritariamente se terminan corrompiendo, quizá si abandonásemos la idea de construir superhéroes se terminen de generar también supervillanos.
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