¿Qué radio?, ¿en qué frecuencia? En 2004 en Salta casi San Martín no había una radio. ¿Qué lleva a un grupo de personas en edad de trasnochar a regalar parte de sus días y sus noches en pos de algo que no existe? – Editorial Febrero 2024 – Javier Germinario
El país está saliendo de la primera crisis grande que encuentra a ese grupo fundador en edad de ser conscientes del sufrimiento. La anterior (si bancamos el capricho de poner momentos con inicio y con finales en vez de simplificar en que nos la pasamos en crisis permanentes) se recuerda vagamente, con ejemplos disociados: ir al súper y no encontrar azúcar, cenar entre discusiones familiares porque la plata no alcanza pese a que los adultos hagan horas extra y trabajen también limpiado casas. Pedir por Menem sin terminar de darnos cuenta que la democracia crujía… “El 2001” (permiso para otra simplificación) les pegó de lleno y sin que ‘los grandes’ estuvieran para morigerarlo. Alguno fue echado, otro u otra encaraban el emprendedurismo temprano, a ninguno le sobraba nada. Sí estaba claro lo que estaba en falta: en 2001 y todavía en 2004 no había un medio en la ciudad que no fuera una empresa (unipersonal a veces, a veces en manos de encumbrados apellidos) o un multimedio de pago chico; regido por el fin de lucro y determinado -desde la apertura de transmisión al cierre, incluyendo hasta la más autónoma producción independiente-, por la premisa de que quien pone la plata define quién habla, qué se dice, qué no se pregunta y cuanto espacio se destinará a cada cosa.
Tan fácil era coincidir en qué tenía que ocurrir en un medio que pudiera constituirse independiente de esas lógicas y de esos sentidos e intereses, como arribar a la conclusión de que iba a ser imposible que alguna vez existiera.
Entonces qué motiva a un grupito de comunicadores inexpertos al que alegremente y casi con altruismo se sumaban sus familias, algún amigo, y talleristas que se fueron adhiriendo a organizar, sostener y hacer crecer cursos de radio, alguna tallarinada, alguna fiesta, una delirante visita de internos del Borda que pernoctaron en un centro cultural, la presentación de un libro o charla a la que iban 10 o 20 personas más que las que frecuentaban ese “núcleo duro”.
Es cierto que están quienes desistieron. Quienes con otros horizontes, con otras prioridades, o habiendo cumplido la etapa de la inocencia recreativa algún día dejaron de atender los llamados que se hacían desde locutorios o con tarjetas de prepago a teléfono fijos. Es cierto que muchos se fueron yendo desilusionados, ideológicamente desencantados o desencontrados; y hasta alguno o alguna con enojo por las formas o los fondos. Y los que se quedaron, más las y los que día a día se asomaban bienintencionados y anhelantes enhebraron un sueño colectivo que a cada momento era distinto, era siempre más grande. Sencillamente porque nunca estuvo previsto que este proyecto tuviera límites. Entonces lo que por momentos pudiera darse a entender desdibujado, indefinido; tenía (tiene) la virtud de poder ser senda, vehículo y horizonte en la más completa diversidad.
¿Puede ser algo de eso un medio de comunicación, una radio? Un lugar donde adolescentes jueguen a expresarse pero los pueda estar escuchando cualquiera? ¿Un lugar que permita que padecientes mentales sean emisores de mensajes? ¿Que habilite a personas que no pasarían el ingreso a locución, o que convierta a quienes en los medios convencionales no puedan acceder más allá de los mensajes de oyentes o de ser ocasionales entrevistados a conducir sus propios programas? Una radio así es inviable. Salvo que descubramos un modelo ya probado y andando conformado por generosos líderes comunitarios que además comparten su experiencia, tejen redes, integran, forman y nos permiten formar parte de algo similar a lo que imaginamos y además tangible. Y entonces también pondremos en crisis que la capacitación (como la información) sea mercancía, que el saber no se comparte y que la asociación no es especulativa y para sacar ventajas.
¿Aprendo acá, hago experiencia, y me llevo todo para mi beneficio individual? Puede haber algún caso. Puede ser que habiendo conocido el proceso sintamos que estamos para más, o seamos convocados o tentados por lo convencional. Y prefiramos la “comodidad” de la relación de dependencia. Es un valor que en decenas de medios y espacios esté el germen de la verdadera comunicación. La ciudad está sembrada de comunicadoras y comunicadores que iniciaron sus carreras, o pasaron en algún momento por De la Azotea.
También están los que reparten entre su trabajo, sus familias, sus quehaceres cotidianos y su militancia y hacen lugar a esta construcción que siempre necesita más, que siempre nos requiere para sostenerla. Y que parecería que nunca alcanza el punto en que pueda acumular excedentes para retribuir tanto que invertimos en ella. Pero que a la vez nos sostiene y nos sustenta. Porque ninguno de nosotros sería quién es, sino fuéramos parte de De la Azotea.
¿De la Azotea? No no, no me suena. Así parecen responder algunos que circunstancialmente ocupan roles de influencia. Otros directamente evitan dar respuesta. Y hay hasta quienes versean, es que todo está tan complicado, viste… dicen livianamente sin dimensionar que no están ante iguales, entre quienes evidentemente esas son formas que no resuenan.
En cambio a nosotras y nosotros, que no nos sobra nada y todo nos cuesta, que desde hace dos décadas día a día y hora tras hora sostenemos el aire sin depender de auspiciantes ni supeditar un contenido a que algún aportante nos diera su anuencia. Será tal vez por eso que quien de frente no se anima a repudiar nuestra coherencia, o quien entiende que le conviene financiar su propia cobertura en vez de nuestra independencia, nos intenta aparentar indiferencia. Todas esas respuestas y silencios nos permiten sacar conclusiones. Y como ya estamos en los 20 años no nos las guardamos: muchos nos saben adherentes, compañeros, convencidos, nuestro discurso no se va a torcer por falta de aporte, y entonces tampoco hace falta invertir acá. Otros nos saben tan lejanos que consideran aporte perdido el que podrían destinar. Desde siempre hay quienes invierten preventivamente para pagar y que de ellos no se hable mal; ese es un juego que no tiene nada que ver con la comunicación y nunca tendrá… así que allí no nos encontrarán. Y en parte aún tenemos pendiente mostrar que nuestros interlocutores son a quienes esos aportantes quieren llegar.
Como sea, este colectivo de voluntades apasionadas y persistentes tiene muy claro que como aquella noche inaugural de febrero de 2004 mucho más significativo y más comprometedor que el inicio festivo y experimental es el minuto siguiente. Cada instante ininterrumpido en el aire en el que ratificamos con coherencia el compromiso de que el pueblo sea emisor y nada ni nadie, pero mucho menos desde el poder condicione el contenido. Más que el impulso inicial es trascendente la hora siguiente. El día después. Y cada espacio, programa, proyecto, móvil, transmisión desde exteriores, emisión itinerante, intercambio con militantes de la comunicación de todo el mundo con quienes compartimos valores y sentidos para lo que hacemos. Hacemos radio, y seguiremos haciendo radio para transformarlo todo.