Editorial – Relato: Eduardo Nachmann – 20 de Diciembre 2024
Los de la verdulería San Telmo nos dan un cajón casi lleno de limones.
Mi viejo autito me tiene acostumbrado a usar los guantes chinos blancos y celestes para cambiar las gomas pinchadas.
De mi primer viaje a Chiapas, me traje el paliacate zapatista y mis borceguíes ya estaban preparados para el inminente próximo viaje.
El 19 corremos los gases.
El 20, a pesar del calor de asfalto porteño cambio lógicas ojotas por borcegos.
Al colorado pañuelo zapatista, el paliacate, lo doblo por la mitad en diagonal, y me cubro la cara, pero le pongo un cuarto de un limón y lo apoyo sobre la nariz antes de terminar el nudo en la nuca.
Siento que estaba con una armadura. Con los guantes, hasta puedo devolver las latitas de las granadas con los gases lacrimógenos a sus emisores uniformados y apreto el limón apoyado en la nariz cerca de mis ojos,.
La camioneta de FM La Tribu avanza sobre Diagonal Sur, ya a 200 metros de Plaza de Mayo. Los calzados me permiten patear algunas piedras y desarmar algún pequeño foco de fuego para dar paso al móvil.
En la Plaza la Caballería va contra las Madres, las bestias montadas también están nerviosas por los gases y el fuego. Los bestias montados muestran los palos. En los 70 había aprendido que frente a la montada (“la brigada capicúa”, por eso de caballo -montura- caballo) hay que enfrentarla por el lado izquierdo del represor, porque si es diestro, como casi todos los humanos, si vas por su izquierda, su brazo armado tiene menos alcance y si quiere girar, termina tirando las riendas del caballo.
Uno de ellos intenta agarrarme y mi sobrepeso por primera vez juega a mi favor, y el tipo trastabilla mientras el caballo se pone en dos patas.
Puedo colaborar metiendo a las Madres en la camioneta.
y salir corriendo y seguir volviendo a pesar de haber secado el limón y escuchar los tiros. Gritando quesevayantodos, a pesar de que muy pocos se hayan ido del todo.