Editorial – Nota de opinión: Carola Hermida, Profesora y Licenciada en Letras, egresada de la UNMdP – 8 de Diciembre 2024
En las últimas semanas han trascendido en las redes sociales y en ciertos medios de prensa denuncias y críticas por parte de funcionarios, periodistas y ONGs acerca del “contenido sexual explícito” de algunos libros distribuidos por el gobierno de la provincia de Buenos Aires en escuelas y bibliotecas. Estos reclamos dicen hacerse eco de la preocupación de los padres y cuestionan el carácter “degradante e inmoral” de los libros, rechazando la imposición de su lectura a los niños y jóvenes.
Estos cuestionamientos son, cuando menos, fruto de la desinformación. Ante el legítimo interés o preocupación de los padres frente a las lecturas que sus hijos realizan en las escuelas, estos discursos confunden colecciones, propósitos, destinatarios y programas. La colección Identidades Bonaerenses, a la que pertenecen los tres o cuatro libros que se mencionan una y otra vez en esta polémica, está conformada en realidad por “106 títulos destinados a las bibliotecas institucionales de nivel secundario de gestión pública de todas las modalidades del Nivel Secundario y los Centros Socieducativos, y de 118 títulos para el Nivel Superior; que además alcanza a todas Bibliotecas Públicas, Municipales y Bibliotecas de las Universidades que se encuentran en la provincia; en total 554.000 libros para enriquecer las biografías lectoras de estudiantes y docentes.”
El catálogo consta de títulos de ficción y no ficción propios de distintas zonas de nuestra geografía. Entre los volúmenes literarios, encontramos obras de autores clásicos y consagrados como R. Arlt, A. Castillo, A. Bioy Casares, J. Ábalos, M. Puig, O. Soriano o S. Ocampo, junto a otros reconocidos y premiados autores contemporáneos. Como puede verse, a diferencia de lo que parece inferirse en los medios y redes sociales, no son libros que integren un programa de educación sexual; no son de lectura obligatoria; no están destinados a los niños; su acceso se prevé, por recomendación del mismo catálogo, mediado por docentes y bibliotecarios, a quienes se les ofrecen orientaciones didácticas y capacitación. Es decir, se trata de una cuidada y abundante selección de libros, realizada por especialistas, con fines culturales y estéticos, que supone la intervención de profesionales que acompañen a los jóvenes en su lectura. Hacer foco sólo en ciertos pasajes de un par de textos, una y otra vez, tal vez diga más del denunciante que de lo denunciado: Es válido preguntarse entonces si quienes hablan de esta colección la conocen y la han leído; y preguntarse también qué representaciones tienen acerca de los jóvenes, la escuela y el lugar del arte y la literatura en la formación.
Precisamente, Sol Fantin, docente y autora de una de las novelas cuestionadas, en una extensa e iluminadora carta dirigida a los padres en torno a este tema, sostiene: “La literatura, como el arte en general, no presenta modelos a imitar ni tampoco es mero entretenimiento. Ofrece la oportunidad de conocer situaciones, lenguajes, valores, mundos diversos, a veces extracotidianos, que, bajo el régimen de la ficción, nos ayudan a formar nuestro propio pensamiento, a complejizar nuestros puntos de vista, a ponernos en el lugar de los otros, a imaginar alternativas, a enriquecer nuestra subjetividad. Sobre todo, nos ofrece la posibilidad de poner palabras a cosas que suceden y nos atraviesan y que, muchas veces, son difíciles de nombrar y por eso mismo, de manejar y de evaluar con un criterio propio.”
La literatura no se caracteriza por ser “políticamente correcta”. De hecho, en muchas de sus mejores manifestaciones suele ser polémica en su contexto de producción inmediato; genera incomodidades; denuncia temas conflictivos, como la pobreza y las injusticias; habla del sexo y la violencia y también de la Historia, de la política, del amor, de la muerte; sus personajes pueden ser desertores o criminales, salvadores, héroes y heroínas. Esto ocurre en la mayoría de los libros que podemos encontrar en los estantes de cualquier biblioteca escolar. Si decidiéramos censurar aquellos títulos en los que aparece alguna de estas cuestiones, nos quedaríamos sin el Martín Fierro, El Matadero, la literatura del boom latinoamericano, las obras de Sarmiento, por solo nombrar unos pocos.
En ingenuo pensar que leer un libro que habla de la violencia transforma a sus lectores en violentos. Sin embargo, podemos sostener que hay un gesto autoritario y violento en la censura y la limitación del derecho a leer. Los periodos más oscuros de nuestra historia tomaron ese camino. Conocemos los resultados.
De acuerdo con la Ley 26206/6, el Estado tiene la responsabilidad de alimentar las bibliotecas institucionales. Seleccionar los títulos es un compromiso y un desafío, ya que no se trata solo de pensar cuál es el lugar de la literatura y el arte en las escuelas, sino, como diría A. Gerbaudo, qué lugar estamos dispuestos a hacerle. Para ello, el camino no parece ser la agresión violenta y sin argumentos, ni la censura, ni la prohibición. En cambio, si queremos afrontar con seriedad y profesionalismo esta responsabilidad, es necesario consultar con especialistas; valorar los libros que conforman nuestro canon pero también los nuevos autores premiados y reconocidos; leer, informarse, preguntar y debatir con argumentos; escuchar con respeto las inquietudes y preguntas de los jóvenes actuales (con una determinada vida social, cultural, sexo afectiva y familiar); confiar en los docentes y bibliotecarios que los acompañan en su formación, en los lectores que asumen el desafío de la lectura y crecen cuando un texto los interpela y, especialmente, confiar en el poder de la literatura, la palabra, el intercambio y el debate.