Editorial – Nota de opinión: Lic. Juan Pablo Issel – Octubre 2024 (texto cedido)
Hola a todos… yo soy el odio a la Universidad Pública
Las Universidades Nacionales Argentinas suelen aparecer en los sondeos de opinión encabezando las listas de instituciones en las cuales los argentinos depositan mayor confianza, superando al Congreso, el Poder Judicial, las Fuerzas Armadas, la Policía, las Instituciones Religiosas, los Medios de Comunicación, los Sindicatos, los Partidos Políticos y las Organizaciones Sociales.
En las Universidades se forman profesionales y se produce conocimiento. La calidad de estas actividades ha sido
tradicionalmente motivo de orgullo nacional, al compararse con los sistemas de la
región e incluso de los países centrales con mayores inversiones en la materia.
La Reforma Universitaria de 1918, hito fundacional de nuestro sistema universitario, consagró principios básicos como la autonomía, el cogobierno y la extensión universitaria, y fue también un (auténtico) faro para las Universidades Latinoamericanas y del resto del mundo.
La Universidad Pública Argentina ha representado, para generaciones, el derecho a la educación, posibilidad de ascenso social, producción de conocimiento fiable y desarrollo tecnológico, pilares fundamentales para el desarrollo de una Nación. La Universidad Argentina ha desempeñado también un papel central en la recuperación democrática y la defensa de los derechos humanos, el surgimiento de movimientos sociales emancipatorios como el feminismo y ha contribuido en general a la conformación de una sociedad más democrática y solidaria.
En los últimos 40 años, desde el retorno de la democracia en Argentina, el sistema universitario se ha expandido notablemente, tanto en el número de Universidades Públicas como en la cantidad de estudiantes. De proximadamente 300.000 estudiantes universitarios en el retorno de la democracia, se ha pasado a más de 2 millones en 2024, garantizando una educación de calidad accesible a grandes sectores de nuestra población.
Un sistema educativo enorme, con más de 2 millones de estudiantes y cientos de miles de trabajadores, entre docentes y no docentes, no está exento de dificultades. Sin duda, un análisis exhaustivo encontraría conductas individuales reprochables y aspectos estructurales que se podrían y deberían mejorar. Sin embargo ninguna de las
falencias que pueda tener el sistema puede explicar la actual proliferación de discursos que atacan a la Universidad como institución combinando un alto nivel de agresividad y desprecio con una sorprendente liviandad en las argumentaciones y en los datos que las sostienen.
Lágrimas de zurdo:
Desde la asunción del gobierno de ultraderecha de Javier Milei, se ha identificado al sistema universitario público argentino como un enemigo a doblegar, en lo que este sector político denomina “la batalla cultural”. Según esta línea argumental, el comunismo, derrotado en lo político y en lo económico tras la caída del Muro de
Berlín, se habría replegado estratégicamente al terreno de la cultura. Desde instituciones como la Universidad, el arte o movimientos como el feminismo o el ambientalismo, habría constituido una nueva hegemonía “neomarxista” que actualmente domina el mundo occidental, y de la que las nuevas derechas vendrían a salvarnos. Esta visión sumada a un fundamentalismo antiestatista, en la que todas las esferas de lo humano (incluyendo obviamente la educación) deberían ser privatizadas, han configurado un frente de hostilidad manifiesta hacia el sistema universitario público.
La estrategia utilizada para combatir a las Universidades ha sido evidentemente intentar desfinanciarlas pero también se ha desplegado una campaña planificada con el objetivo de deslegitimarlas. En el convulsionado mundo de las redes sociales, se acusa a las Universidades de ser centros de adoctrinamiento, de lavarles el cerebro a
los estudiantes para implantarles ideas izquierdistas, populistas o, aún peor, feministas. Se reduce a las Universidades a cajas políticas partidarias, donde los enormes recursos que aportan “los argentinos de bien” serían repartidos, sin más, entre militantes políticos. Se las acusa, sin ninguna prueba, de corrupción, de no rendir
cuentas y de rechazar inexistentes pedidos de auditorías. Se fustiga a las Universidades por estar llenas de extranjeros (son solo el 4,1 %) y, por ello, dilapidar los recursos de los nacidos en nuestro país. Además, se sacan cuentas extravagantes sobre el costo de las Universidades en relación a sus (mejorables) tasas de egreso,
desconociendo las múltiples funciones que cumplen las Universidades y la idea de que, aun cuando no se culmine con la graduación, el paso por la Universidad no es tiempo perdido. Estos ataques (que apelan recurrentemente a todo tipo de falacias, datos engañosos o lisa y llanamente mentiras) no se limitan al aparato de propaganda
para-estatal sino que son enunciados directamente por el Presidente y por sus funcionarios.
¿Esto es exactamente lo que voté?
Las afirmaciones que denostan a la Universidad no constituyen un corpus sistemático, ni se sustentan en pruebas ni evidencias. Más bien parecen un tanteo, una prueba de ensayo-error, que busca dar con el punto justo para movilizar emociones retaliativas a partir del odio y la deprivación imaginaria. Aunque alguno de estos enunciados pueda tener un tenue punto de contacto con la realidad, en su conjunto constituyen una antología disparatada que abre, sin embargo, una pregunta de sumo interés: ¿Cómo se llega a que importantes sectores de nuestra sociedad consideren verosímil una ficción malintencionada completamente incongruente con nuestra identidad nacional y con evidencia empírica cotidiana y fácilmente contrastable?
La respuesta, sin duda, debe tener en cuenta múltiples dimensiones, pero inicialmente parece imprescindible prestar especial atención a lo que está ocurriendo con la novedosa e intensa relación con dispositivos digitales con conectividad en la que nuestro mundo se está sumergiendo aceleradamente. A través de ellos las corporaciones más ricas y poderosas del mundo están desarrollando y perfeccionando permanentemente herramientas que “hackean” nuestras emociones y vulnerabilidades psicológicas con el fin de monetizarlas. Esta maquinaria omnipresente está diseñada para mantenernos al mismo tiempo fascinados e insatisfechos, en un estado de incertidumbre y ansiedad permanente y se ha convertido en una colosal oportunidad para el advenimiento de fenómenos políticos irracionales y autoritarios que hoy representan una amenaza para las conquistas democráticas en todo el mundo.
La Universidad Pública Argentina es una institución que identitariamente promueve la opinión fundada, el pensamiento crítico y racional y la contrastación empírica de las afirmaciones, a la vez que constituye una potente experiencia de funcionamiento democrático efectivo y posible. Por eso constituye un poderoso antídoto contra los cantos de sirena irresponsables de las denominadas “nuevas derechas” que ponen en peligro tanto la educación como la salud públicas, así como la paz y la democracia que como sociedad hemos construido colectivamente.
Tal vez justamente por eso odian a la Universidad quienes pretenden deshacer los mejores consensos que hemos logrado como sociedad. Tal vez justamente por eso la amamos y sentimos la obligación de defenderla.